El Indio, payador de Jesús María


Carlos Solari, presentó el sábado en el Anfiteatro José Hernández de Jesús María su último disco de estudio, «Porco Rex», ante casi 40 mil personas. Pocas palabras y muchas canciones se dibujaron en el amenazante cielo tormentoso de una noche inolvidable donde el ahora líder de los estupendos Fundamentalistas del Aire Acondicionado agradeció a los que van a todas partes con sus mochilas y carpas y recordó a su madre Celina, repasando gran parte de su obra con Los Redondos, sin descuidar su etapa plena de solista.
Ciudad temática. Ubicación: N de la provincia mediterránea de Córdoba. Los bares de todo calibre, pubs, drugstores y vehículos que merodeaban la zona, absolutamente todos adaptados por motus propio o condición sin equanon, al magnificente evento. La ciudad de más de 35 mil habitantes mutó en su fisonomía para albergar a una de las masas con mayor grado incondicional del rock vernáculo. Sitiada, días previos, Jesús María amaneció el sábado entre carpas, puestos de comida, banderas, vicios, remeras y la música que estructuraban una escenografía similar a la de los festivales rockeros de los 60’, salvo que en devoción a un solo artista y con gente de todos los espectros y edades.
Los desangelados comenzaron a copar el césped desde apenas abiertas las puertas para intentar estar lo más cerca de su ídolo. Dentro del predio, expendio de comidas y cerveza, merchandising oficial, la enorme carpa del sonido y el escenario sencillo de cara al sur, poco ambicioso con la batería aislada tras una pared de acrílico. Las pantallas, por detrás de los parches, y en lo más alto, el 43, que en la jerga timbera simboliza “el balcón” apelando allí al aniversario del festival de doma autóctono de Jesús María. Los potros estaban sin galopar, y Solari proponía domesticarlos con sus canciones.
A medida que se ocupaban los espacios (a las 21 ya casi nadie se podía mover del lugar) los cánticos elevaban su tenor para recibir a una banda cuyo líder excede los estereotipos de cualquier estilo. Los extraños, analizando el marco, esperarían un pelilargo desalineado al mejor estilo rockstar desinteresado, aunque el Indio supera el cliché y como casi siempre, abordó el concierto apenas pasadas las nueve. Luciendo su brillante calva, gafas oscuras, una camisa a lo cantante de cumbia y jeans, sin decir una palabra para inaugurar la misa con «Pedía siempre temas en la radio», el primer track del conceptual «Porco Rex».
Enseguida se interpretaron “Ramas desnudas” que junto a «Bebamos de las copas lindas», «Tatuaje», «Sopa de lágrimas», «Te estás quedando sin balas de plata» y «Flight 956» (la más pogueada de lo nuevo) debutaron en el show presentación del sucesor del primer intento solista El «tesoro de los inocentes», del que salvo «Veneno paciente», grabada junto a Andrés Calamaro, no faltó ninguna. De aquel disco de 2004, tuvieron prioridad «Pabellón Séptimo» (que de a poco le sacó ventaja a las demás), «Tomasito podés oirme, Tomasito podés verme» y luego de un intervalo «Nike es la cultura» que quedó trunca pues del público un teledirigido en forma de zapatilla derivó en la entrepierna de Solari que reaccionó como un padre enervado, detuvo el show y sermoneó con autenticidad de hombre de familia al agresor, aprovechando para expresar que las nuevas modas lo ponen de malhumor y no son de su agrado. Luego de unos minutos el concierto continuó dando letra a esta nota de color porque acabada la canción siguiente volvió sobre sus pasos diciendo “Sabés que pasa machito… me sacás de onda…” y estallaron los aplausos.
La banda es impresionante. Baltasar Comotto la deja chiquitita con sus solos y el resto del grupo engrana a la perfección ante la mirada exigente del Indio Solari, que se sabe no es un tipo fácil cuando de buscar la perfección se trata. El sonido no tuvo fisuras, porque además Los Fundamentalistas -que interpretan musicalmente precisas las versiones ricoteras- entienden a la perfección el mensaje rocanrolero y por momentos dark del cabecilla del cual son interlocutores. Sin bien el escenario fue austero, las pantallas de altísima calidad con imágenes kistch relacionadas con «Porco Rex» y fragmentos del recital en blanco y negro, fueron un soporte de lujo.
Pero lo que muchos estaban esperando apareció con «La hija del fletero», «El infierno está encantador», «Un ángel para tu soledad», «Ella debe estar tan linda» y «Me matan Limón» en el recorrido por la extensa trayectoria de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. También «Tarea fina», «Nueva Roma» y «Juguetes perdidos» en una escena digna de retratar con las cámaras de los celulares y las retinas. También «El pibe de los astilleros» que junto a «Pabellón Séptimo» configuraron, para el Indio, el sector tumbero del recital. El inevitable cierre con «Ji, ji, ji» tras dos horas de show superó como siempre las expectativas, el pogo más grande del mundo, es cada vez más sanguíneo y pagano.
Solari dedicó la noche a su madre Celina que falleció tras casi 100 años de vida. Los espacios publicitarios del José Hernández pintados de rojo sin sponsorización siguen ubicando la propuesta antiestablishment del Carlos Solari en esa insularidad que el mismo justifica a ultranza. Lo masivo no siempre es bueno pero lo que el Indio propone arriba del escenario con sesenta pirulos (como suele él decir) es digno de describir como uno de los espectáculos más interesantes, impactantes y mutuos que pueden verse todavía en nuestro país porque el talento desborda sobre las tablas y debajo, el público (uno de los más complicados y cuestionados) brinda también lo suyo.