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Alma de Diamante

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En una tierra áspera, dolorosa, que ha generado tantos males e irracionalidad, han surgido seres como Luis Alberto Spinetta, que rescatan y revalorizan el valor del arte como un bien supremo, recorriendo y explorando otros caminos aleatorios. Su música, sus actitudes y palabras siempre lograron dibujar sendas e influyeron de una manera sutil, pero definitiva en mentes siempre oprimidas. Todos fuimos bendecidos por Spinetta pero, pocos vislumbraron que su búsqueda, autónoma e inagotable, excedió siempre los márgenes de lo musical, dándole significados nuevos.

La música no lo encontró a él. Ella lo rastreó entre los innumerables fetos del mundo que estaban a por nacen en el verano del ’50 y fue a parar, un 23 de enero, a este hermoso ser que habitó en el límite entre Núñez, Belgrano y el barrio River.

En ‘el Flaco’ habitaron y seguirán habitando numerosos universos, musicales e históricos. Creció con la explosión del rock original, de la mano de Elvis Presley y Bill Halley. Mamó de sus tíos, que trabajaban en una discográfica, numerosos aportes que cultivaron en su psiquis el folclore, lo rockabilly y los tangos paternos de Luis Santiago Spinetta. Vio la Revolución Libertadora en su infancia. Su rebeldía, su insatisfacción ante lo preestablecido surgió gracias a claras reminiscencia literarias, como Sartre, Jung, Freud, Nietzsche, Foucault, Deleuze o Castaneda. Esas lecturas, moneda corriente en un joven adolescente, entraron en vigor junto a la irrupción de la beatlemanía (que le partió la cabeza), sumado al hartazgo de la tontería del rock corrido al margen por temor a la liberación.

Su adolescencia la surfeó entre la ‘Teoría de la Dependencia’ desarrollista sesentista y el consumo de productos que los países centrales preparaban para nosotros, los periféricos. Artísticamente, se cultivó con el nacimiento del movimiento Hippie, del proyecto multicultural de los Diggers americanos pero también del naciente rock pesado local de Los Provos. Pero también el asesinato del Ché en Bolivia, el Mayo Francés y el Cordobazo. Vivió la violencia política con la llegada a la tercera presidencia de Perón, espacio político e ideológico al que el Flaco mostró una cierta atracción de pendejo.

Esa encrucijada histórico-cultural y personal maridó en una relación con el lenguaje, que se plasmó en un jugueteo poético con las palabras desde Almendra y que trascendió aquel 8 de febrero de 2012, día en que se hizo canción.

En el ’73 apareció ‘Artaud’, inspirado en la locura suicida del poeta maldito francés, sumado a un nihilismo rockero que se canaliza en drogas lisérgicas y la promiscuidad dejada atrás a punta de pistola de milico. Ese contexto, incompatible con su propia visión del rock, lo llevó a huir de Almendra y Pescado Rabioso, de este último porque la banda quería orientar el rumbo hacia algo más blusero y menos melódico, acorde al Rythm & Blues de la época. Minga. Todas sus bandas fueron algo más que una banducha de época o un acuerdo con lo comercial: fueron una idea, independiente de la tendencia del momento.

Vivió las penurias del ‘Proceso de Reorganización Nacional’ y la post crucifixión del rock con su debut solista y la llegada en paralelo de Dante a su vida. Explicó lo inexplicable mediante ese calibre poético milimétrico plasmado en ‘Kamikaze’: la cruel guerra de Malvinas, expresando su bronca con la utilización del lenguaje como un puñal en una mano avezada.

Amante del arte -un bicho raro por los gustos no homogéneos-. Se nutrió detalladamente de la concepción de las pinturas de Van Gogh (del cual, además, se nutriría posteriormente leyendo sus cartas) y también de Dalí. Todos esos conceptos y vertientes artísticas los plasmó en lo que compuso, logrando una armonía entre el dadaísmo y el surrealismo que supo quitarle el letargo a las juventudes a través de una creación sin concesiones.

De esa vasta pero gama de condiciones de producción germinaron las tendencias que ya asomaban en Spinetta desde su más tierna edad y que, en consonancia a otros jóvenes argentinos embarcados en búsquedas similares, originaron el ‘Rock Nacional’. Un hecho, sin dudas, que constituyó una ruptura cultural de enorme proporciones, porque los patrones estéticos de ese momento no aceptaban la posibilidad de que el rock tuviera una manifestación autónoma en español.

El Flaco tuvo el -extraño- don de provocar un amor inmune al paso del tiempo en la gente. Liberó a tantísimas generaciones de prejuicios musicales. Le quitó el velo monocorde al rock y lo expandió, interrelacionándolo con el jazz, el tango, el folclore. Ese fue su estilo: no encasillarse. Atendió a la belleza artística y se despojó del divismo que en las distintas bandas que integró lo quería corromper y hacer caer en la estereotipación.

Toda su obra es un cúmulo de metáforas, fiel a su estilo. Con su voz, sutil e inmune a etéreas mediocridades, que emergió victoriosa de entre el innoble barro de lo posmoderno sesentoso y setentoso, como el ‘Club del Clan’ o la ‘Nueva Ola’. Spinetta permaneció incorruptible, nunca transando con un sistema que intentó reemplazar el instinto del rock por expresiones banales de lo superficial.

Su búsqueda artística, infinita, popular y ecléctica a la vez fue definida por el propio Spinetta en su libro de poemas «Guitarra negra» de 1978: “Se torna difícil escribir con la misma brutalidad con que se piensa”, pero no por eso se dejará de seguir intentando.

Hoy, que se denomina artista a cualquier engendro que aparece medio minuto en medios tan degradados por el lucro, pero, por sobretodo, se confunde la necesidad de figuración con el talento y la fama con el prestigio. Luis Alberto Spinetta no perteneció a esa abundancia de música con sueños de estrellato. Fue y es un artista con mayúsculas -y por cierto que seguirá siéndolo-. Fue uno de los precursores del Rock como intento de abolición de represiones que, ante cualquier pretexto, caía en una única persecución. No pudieron modificarlo y él, aunque navegó aguas disímiles en su recorrido artístico, jamás cambió su esencia.

En sus canciones, el dinamismo de la partida hacia ese otro lugar incandescente es más fuerte que la demora de la permanencia. “Quédate hasta el alba” es una espera de la luz. Como la Muchacha o Ana, que no duerme para ser atravesada por la luz. De allí que irse significa también ascender, volar, o bailar como en un vuelo.

La complejidad de sus obras, tanto a nivel armónico como poético ha trascendido las más inauditas fronteras. Su vanguardismo musical y literario, y el inconformismo de haber encontrado varias veces la fórmula del éxito y destruirla casi por completa para reinventarse, lo llevaron a marcar una huella profunda en el arte, dejando la semilla para futuras camadas de escritores, músicos o poetas.

Su universo es vasto en lo lírico, en lo musical y por sobre todo en su compromiso ético con el verdadero significado de la palabra ‘arte’. El rock y el arte en general se han llenado de mercachifles producto de una industrial cultural, mercantil, corruptora en pos de lo material, que logró colar en nuestro sentido común basuras manufacturadas. Es por ello el resultado artístico es, evidentemente, pobre, paupérrimo y no hay que ser un genio para vaticinar que los ídolos del presente no harán historia y pasarán sin gloria y con pena a la batea de los saldos porque, las minitas aman los payasos y la pasta de campeón.

Luis Alberto Spinetta no. Fue parte de la liberación, de la apertura mental. Por suerte.

“Sólo en la muerte, muere el instinto. Por lo tanto, si éste se mantiene invariable, adjunto a la condición humana a la que necesitamos modificar para reiluminarnos masivamente, quiere decir que tal instinto es la vida”, escribía en “Rock: música dura la suicidada por la sociedad”, el manifiesto repartido en 1973 cuando presentaba Artaud en el Teatro Astral.

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Los Espíritus en el Gran Rex

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Escuchando libros

Por qué escuchamos a Tupac Shakur. Bárbara Pistoia

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Revolución, resistencia, compromiso, desafío, supervivencia, drogas. Black power. Lesane Parish Crooks, luego rebautizado como Tupac Shakur, es para muchos especialistas el rapero más importante de la historia. Ya con ese argumento alcanzaría para responder a la pregunta que le da título a este libro: “Por qué escuchamos a Tupac”. Pero hay mucho más. Este libro es reflejo de toda la visión política de Tupac: imposible separar su mensaje de los cientos de años de historia en los que se esclavizó a los negros, con el abuso de poder de la policía contra las minorías y por supuesto con el concepto “Black Lives Matter”, tan actual aún hoy en día. Por todo esto hoy conversamos con su autora, Bárbara Pistoia, en este episodio de Escuchando Libros, el podcast de Rock.com.ar.

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Notas

Un Halo de magia musical: Juana Molina en La Plata

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El jueves por la noche, la talentosa Juana Molina volvió, luego de 2 años, a la ciudad de las diagonales. La cita fue en el teatro Sala Opera, el cual se encontró colmado de personas esperando vivir lo que fue un show inolvidable.

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