#Cronica Florencia Ruiz – Mono Fontana: hacedores de mundos en Borges

El dúo conformado por Florencia Ruiz y Mono Fontana se presentó en la trasnoche del sábado en el bar Borges, cerrando la gira de despedida de su disco Parte, y antes de volcarse a la grabación de un nuevo trabajo en conjunto. Corriendo La Voz se hizo presente en lo que fue un concierto íntimo, con momentos inolvidables. Te invitamos a revivirlo.

La medianoche del sábado en Borges anunciaba calma e intimismo. No había grandes filas ni remeras de rock, aunque podían juntarse más de 50 años de historia musical entre los dos artistas que comenzarían a tocar algunos minutos después. Ahí estaba Juan Carlos “Mono” Fontana, con la capucha de un buzo rojo cayéndole sobre el saco, dirigiéndose hacia un piano de cola Yamaha emocionado de recibirlo, como deslizándose a través de la quietud de la sala. Detrás de él, tras una melena larga entre gris y blanca, llegaba una de las músicas actuales más versátiles, Florencia Ruiz. Compositora de bellas canciones, guitarrista de técnica y fineza notables, y dueña de un cantar dulce, capaz de entregar diferentes relieves y matices.

Lo que sucedió en Borges es lo que ocurre cada vez que el dúo se presenta en vivo: la conexión entre Ruiz y Fontana invita al público a ser parte de ese nexo y entregarse a un viaje cuyo destino desconocemos. Pero ahí, donde caen las paredes de esa sala terrenal y el techo se abre hacia las estrellas, es donde aparecen otros mundos, o al menos otras formas de habitar y de contemplar a éste. Ahí, donde se oyen esos fondos que dispara el Mono desde su iPad (actualización tecnológica cortesía de Ruiz) y que dibujan el canto de un pájaro, el correr de un hilo de agua o pasos que marcan huellas en el aire de aquí hacia allá, es donde imaginamos el reflejo de la luna en el agua (con permiso de Grant Hart), o donde podemos adivinar durante horas las siluetas de los peces en un río azul o verde o cristalino.

Cada tanto, el viaje se tomaba un descanso y volvíamos a nuestros lugares terrenales, anclados en el medio de Palermo, y adelante nuestro, de espaldas y bajo la sombra de una gorra juvenil, estaba Mono Fontana, frente a un lustrado hermano de soledad, que espejaba sus manos -también viajeras ellas-, como sugiriendo que efectivamente había cuatro allí donde uno suponía apenas un par. Aunque se lo pueda reconocer y escuchar como músico de jazz, Fontana es parte de la historia del rock nacional: sus años ochentas al lado de Luis Alberto Spinetta, tanto en la última formación de Spinetta Jade como en trabajos solistas del «Flaco» como Privé, Tester de Violencia o Don Lucero, terminaron de definir una gesta que ya se había delineado en proyectos compartidos con Nito Mestre y Pedro Aznar, entre otros.

Sentada en el centro de la escena estaba Florencia Ruiz, confesa admiradora de su ahora compañero y amigo Fontana. Una decena de discos editados en un camino que redondea los veinte años de creación musical. Compositora de las dieciséis canciones que conforman el disco Parte (2016), registro de una sesión íntima del dúo en Estudio El Pie, que también puede apreciarse en YouTube merced al trabajo audiovisual de Marigrá Geranio y equipo, como reza el booklet de Parte. Florencia ha editado sus trabajos también en México, Estados Unidos y Japón, donde realiza giras con frecuencia y donde ya cuenta con su propia banda de compañía, Los Hongos Orientales.

De hecho, la isla oriental tiene una importancia clave para el dúo. Fontana y Ruiz se encontraron por primera vez en el marco de un evento que buscaba juntar fondos para las personas damnificadas por el Tsunami que azotó Japón en 2011. El objetivo principal de esa fecha no pudo cumplirse (cuentan que fueron apenas cuatro personas a verlos), pero fue el inicio de un trabajo en conjunto que sigue hasta hoy. Está claro que no se trata de una colaboración habitual: los ensayos suelen ser a distancia y buena parte de la comunicación entre ambos se da a través de poesías y melodías.

También son contadas las palabras que intercambiaron en lo que fue este show íntimo en Borges. Ruiz ofició mejor de anfitriona, aunque tanto ella como su guitarra (que demandó afinación recurrente) acusaron algo de jet-lag de cabotaje luego de la mini-gira que los había llevado varios kilómetros al sur, por Río Negro, Neuquén y Chubut. Ruiz introducía canciones con historias, comentarios al público y al mismo Fontana, que respondía como un niño tímido que prefiere el refugio de sus teclas frías y los paisajes que entregaba desde su tableta.

Por momentos, Fontana y Ruiz funcionan como dúo, acompañándose en canciones que parecen tener un sitio exacto para cada uno. Pero, por otros, parecen tomar senderos diferentes con la promesa de encontrarse al final del camino: ahí donde Ruiz repite mantras con su guitarra, Fontana se pierde en una vegetación espesa entre lo sonante y lo disonante, entre la certeza y la experimentación.

Luego de un generoso puñado de canciones, entre las que sonaron Entre dos relámpagos, Los peces (y su dedicatoria a Augusto, hijo de otro maestro, Quique Sinesi), Susurro, y algunas composiciones nuevas, llegaron los homenajes a Hugo Fattoruso y, claro, al Flaco. La tríada final arrancó corazones con Tu cuerpo mediodía y la potentísima Bolsodios, de la última etapa spinetteana, y La luz de la manzana, del disco Tester de Violencia.

El saludo final nos devolvió a la realidad de una noche que ya no era la misma, y no era sólo por la humedad. Las mentes viajeras de la humilde concurrencia se encontraron ante la desorientación propia de todo aterrizaje, con el eco que aún llegaba de todos esos mundos que se habían dibujado tan solo algunos minutos atrás.