#Entrevista Forestar: el placer de la forma

Que Rosario es un epicentro musical no es ninguna novedad. La ciudad vio nacer referentes que ya forman parte de nuestra música y posee una historia rica en géneros y propuestas musicales. Hoy, la movida indie vibra con más fuerza que nunca, sobre todo entre les más jóvenes, que habiendo nacido y crecido en un mundo globalizado, apuestan a crear con influencias de lo más dispares, provenientes de distintos puntos del planeta.

Forestar es precisamente un ejemplo de esto. La banda, conformada por Genaro Carranza (guitarra), Gabriel Schubert (guitarra) y Jonathan Gómez, es uno de los referentes más recientes de la ciudad y del país de un género conocido como Math Rock. Originario de Estados Unidos, el math rock nació como una vertiente del rock progresivo, que recibió influencias de otros géneros como el post-hardcore, el emo-core y el post-rock. 

La imagen más estereotipada del género lo define como música experimental, difícil de escuchar y que requiere de mucha habilidad tanto compositiva como técnica. En efecto, se cree que el nombre nació con intenciones despectivas a partir del comentario de un amigo del guitarrista Matt Sweeney que decía que “él escuchaba una canción y no reaccionaba de ninguna manera; y después sacaba su calculadora para darse cuenta qué tanto buena había sido”

Sin embargo, el math rock es mucho más que virtuosidad y show off, y la variedad de bandas y proyectos musicales que componen su escena así lo demuestra. Aunque tuvo origen en tierras norteamericanas, hoy tienen exponentes en todo el mundo, incluida Latino América; y, en algún casos como el de Japón, se ha consolidado una escuela propia, con una estética y estilo distintivos. “Si vos te fijás hoy, EE.UU. tienen súper bandas pero Europa también. Todas al mismo nivel. La banda más importante un festival puede ser de cualquiera de esos países” dice Gabriel Schubert, al respecto.

A nivel local, forestar es una de las pocas bandas que asume la etiqueta de math rock pero se apoya en una comunidad mayor, de musiques relacionades con el indie en general y que comparten un mismo impulso por generar cosas diferentes. “Dentro del indie todos están buscando sonidos nuevos. Nosotros de repente nos encontramos compartiendo escenario con bandas indies que hacen canciones pero que enganchamos perfectamente. Porque escuchás math rock y decís “este género no lo puedo poner a tocar con cualquier otra banda” y, sin embargo, se dan cruces que están buenos” explica Jonathan Gómez. Los tres señalan en particular el caso de Lucas Roma y su sello discográfico Remedio Casero Discos, que nuclea a artistas de la ciudad como los Bubis Vayins, Rosedal, Jimmy Club, entre otres. Por más disímiles que puedan parecer estos proyectos, hay un hilo conductor que los reúne y los convoca, generando un ambiente colectivo muy productivo.

Estos vínculos fueron, en efecto, los que dieron origen a forestar como tal: Gabriel y Jonathan se conocieron cuando tocaban en otras bandas (Risotragia y Cisne, respectivamente) que compartían escenarios e incluso proyectos, mientras que Genaro tuvo su primer acercamiento a partir de encontrarse en los shows. Esta dinámica, en las que los límites entre bandas y entre público y artistas son muy flexibles, dio origen a un colectivo musical que lleva el nombre de El ruido exterior: «siempre tuvimos nuestro círculo de gente más freak que no tenía ningún problema en encerrarse en un lugar a escuchar una música que era atípica y que no suena en ningún lugar más que en ese lugar. Con el paso del tiempo, fuimos siendo más y más y nos fuimos conociendo entre todos. El colectivo está bueno en el sentido de que acá, a nivel local, no puedo decir que hay una movida de math rock y, por eso, viene bien un colectivo de música experimental porque lo que sí es seguro, es que cualquiera de las personas que ve una banda, el resto de las bandas también le agradan, les encuentra un hilo conductor.» explica Gabriel.

Pero los lazos de amistad y de estética van más allá de los límites de la ciudad: forestar también forma parte del sello discográfico Anomalía, radicado en Buenos Aires, que reúne proyectos vinculados al math rock y géneros similares. “Con Anomalía había un acercamiento previo, por Cisne, porque habíamos hecho intercambio con bandas del sello, con bandas como Mal Viaje que vino a tocar acá cuando tocamos con Cisne y después nosotros fuimos a tocar allá. Ya nos conocíamos las caras. Cuando sacamos el disco con forestar, lo escucharon los chicos allá y flashearon. Ahora el vínculo es constante. Se generó una hermandad ahí re zarpada» cuenta Jonathan. 

El sello fue central para la banda. No sólo porque incluyó en su catálogo el primer disco del trío, forestar, sino porque los empuja constantemente a generar cosas nuevas y los alienta en sus impulsos creativos, haciéndolos sentir parte de algo más grande que ellos tres: «cuando vino a tocar Puerto Austral, cayó la banda pero también cayeron personas del sello, que vinieron a agitar nomás, que se te clavaron todo el recital adelante de todo. Son un colectivo que te re agita un espectáculo, te lo levantan» afirma Jonathan. Y Genaro agrega: «también te cebás. Vas proponiendo cosas y cuando ves que hay más gente que vibra con la misma onda, que te re impulsa, a nosotros nos está re empujando. Desde allá todo el tiempo nos tiran buena onda y nos agitan».

El proceso de creación del disco refleja no sólo las particularidades de forestar sino también las características que hacen del math rock un género con mucha potencialidad y espacio para empujar las barreras de lo creativo. La idea nació como algo de dos guitarras, a las que potencialmente se le podía sumar una batería; el bajo nunca estuvo en los planes de la banda. La intención fue romper con los roles tradicionales y nivelar a los instrumentos, incluso a la voz, que si une escucha el único tema cantado del disco, puede notar que no resalta sino que ocupa su lugar dentro de un entramado mayor. Esta intención puede verse sobre todo en el trabajo minucioso que realizaron sobre la batería: «yo siempre digo que es anti intuitivo. En la mayoría de las bandas, el baterista, en general, se sienta, escucha el tema y ya la agarró el beat, ya sabe qué base funciona y ya lo hace caminar al tema. En este caso, era diferente porque no tenía puntos de referencia de dónde agarrarte, entonces necesariamente tenías que plasmarlo en un papel, por lo menos, para empezar a hablar de armar un poco la forma de las canciones y empezar a pensar bases que funcionen a partir de lo que tocaban los chicos. Hay una cuestión más compositiva de la bata, en la que nos sentamos a ver golpe por golpe. Lo cual en general no pasa: el baterista se pone a hacer una base e improvisa dentro de esa base. Ya si agarrás una base, la desarmás, buscás golpe por golpe, sabés en qué lugar tenés que acentuar y ahí armás la bata y hacés que el riff de ellos de repente tenga todo el sentido, está bueno» explica Jonathan. 

Esta minuciosidad está presente en todos los niveles. Desde el comienzo, ya tenían una idea de cómo tenía que sonar que funcionó como guía y que los sostuvo en un nivel de trabajo a través de las diferentes etapas: composición, grabación, mezcla, producción pero también a la hora de llevarlo al vivo: «trabajamos las dinámicas. Tocamos en lugares muy diferentes el uno del otro y trabajamos la capacidad de tocar en un volumen muy bajo o de tocar con toda. Eso en el vivo te da una libertad y una liviandad a la hora de tocar porque ya lo practicaste. Sabemos que siempre con las bandas vos armás los temas, salís a tocar, gastás esos temas y en un momento te decidís a grabar. Y por lo general cuando sale, después de la mezcla, que son tiempos muy largos, ya estás haciendo otra cosa. Nosotros terminamos de componer el último tema y ya estábamos listos para grabar. En cierto punto, hace que uno crea más en el proyecto, porque si vos componés algo y lo escuchás al poco tiempo, todavía estás vibrando con eso» sostiene el baterista.

 

Esta libertad viene dada, para ellos, por el género mismo, que se ha caracterizado por una puesta en valor de todas las aristas involucradas en el quehacer musical, abriendo nuevos caminos para la expresión y, sobre todo, la experimentación. Este término circula muchísimo para definir a la música contemporánea pero forestar se pregunta si acaso ese experimentalismo no se ha convertido en una fórmula más de las que circulan: «vos podés tener algo muy complejo pero que, cuando lo alejás, a nivel global, sea muy repetitivo o todo dure lo mismo. La música a la que le dicen experimental, le terminan poniendo la etiqueta por el sonido, por el compás u otra, más que por esa cuestión formal de la que sí te cuesta despegarte, lo que más cuesta desentramar, la forma. Se puede considerar a la forma como un elemento para decir cosas« sostiene Gabriel. 

Y, en efecto, la apuesta de forestar viene por un nuevo lenguaje, ligada a la forma pero también al deseo de expandir las maneras del decir, de expresar y de sentir. No se trata de limitarse sino de abrirse a las posibilidades creativas y de desafiarse a imaginar lo nuevo. Así lo explica Gabriel Schubert: «es como si uno pudiera poner cualquier cosa, si uno se imagina cómo implementarlo. Si vos lo podés implementar y entendés la estética, yo creo que eso te da libertad de que el estilo termina siendo(te) un lugar en el que realmente podés depositar las cosas que realmente querés hacer».