#IndioSolari Había una vez…

Detrás de una sinfonía musical que forma parte de la cultura popular del país, hay un artista que tiene más cosas para hablar. ¿Cómo entender al  creador de tantos acertijos? ¿Hace falta comprenderlo? Un vistazo por el universo Solari hará que saquemos nuestras propias conclusiones.

Debatir sobre la popularidad de un artista es algo que dividirá las aguas y será totalmente subjetivo a las sensaciones generadas en cada individuo. Habrá detractores que enseñarán su manual de objeciones e intentarán- algunos de forma ofuscada, otros más moderados- dejar establecido la justificación de encontrarse en las antípodas. Por su parte, los fieles seguidores defenderán y levantarán la bandera de su ídolo contra críticas y blasfemias. Lo seguro es que un verdadero artista popular y consagrado produce esto. Y no podemos dejar que eso pase de largo en la discusión.

De lo que no quedan dudas es de que Carlos Alberto Solari es un personaje tomado como espejo al momento de dar una referencia de estilo, de desplazamiento en la industria musical, o de aciertos y errores. Fue uno de los fundadores de la emblemática banda Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, además de ser una parte esencial de la columna vertebral de este proyecto artístico junto a Eduardo Skay Beilinson y Alicia “Poly” Castro. Y como tal, nunca pasó desapercibido.

Se podrán poner varios puntos de vista en la balanza y generar un desequilibrio de opiniones que finalizan en una torre de Babel con sentencias de diversas índoles. Eso podría considerarse como el pico máximo de un artista. Promover a que los consumidores de su obra experimenten momentos que quedan fijos en sus retinas. Sentir que esa pieza de arte traslada, anima, acerca un recuerdo olvidado, da bronca o directamente revuelve las tripas. Y eso hace pensar que, tal vez, ocurrirán bellos milagros.

Desde sus comienzos; primero en La Cofradía de la Flor Solar, luego en el colectivo de artistas llamado Patricio Rey y Los Redonditos; el conjunto musical que, tenía como alma mater al Indio, Skay y Poly, se destacaba, ya sea por ser diferente, por practicar un estilo de rock fuera de lo establecido, por sus letras enigmáticas o su manera de promover sus discos y conciertos mediante la autogestión. Si hasta fueron tan auténticos que cuando todos creían que la banda estaba más unida que nunca, logrando llenar un Estadio River Plate (siempre desde la autogestión), decidieron separarse de común acuerdo y con muchos rencores de por medio. Y, a esta altura, con más posibilidades de poblar Marte que de conseguir aunque sea una mínima reunión.

Su primer disco, Gulp!, fue editado en 1985, pero anteriormente habían conseguido grabar mediante unas horas de estudio gratuitas algunas canciones que circulaban casete en mano. Con la llegada del long play, sus admiradores tenían algo más tangible para apreciar aparte de los recitales, además de disfrutar de todo un arte de tapa realizado íntegramente de manera artesanal. Oktubre significó el paso al estrellato y a lo largo de 15 años llenaron las estaciones radiales de clásicos. Llevaron un puñado de canciones a ser parte de la piel, la vida y el refugio de miles de fieles que se fueron incrementando a pasos agigantados. Porque después de todo, hay ceremonias en la tormenta.

Pero, ¿qué es lo que hace que la leyenda del Indio Solari sea tan mítica? ¿Qué sucede en el resto de los seres humanos cuando se cruzan con su obra? ¿En verdad se topan con una adivinanza envuelta en un misterio dentro de un enigma? Bueno. Esto sin dudas puede quedar limitado a un segundo plano. El arte de Solari es como un plato gourmet, se divide en la presentación y el gusto. A través de los tímpanos, los riffs sutiles y las melodías exactas te van preparando para degustar el sabor de la producción en su totalidad, sin dejar jirones de magia sueltos. O simplemente te llevan lejos de donde estás escuchando sin moverte de tu lugar. Cualquiera de las opciones es valida y nadie es dueño de la verdad. Porque, en definitiva, lo mejor de nuestra piel es que no nos deja escapar. Y la música siempre es cuestión de piel.

¿El Indio es la cultura?

Si hay algo que definitivamente es causal de discusión diaria es la prosa de Solari. Y la realidad marca que no hay que sentarse a analizar nada. Son desprendimientos mágicos de una persona que leyó mucho, y variado, y busca a través de sus letras dejar una huella. Es la vieja armadura de un beat nik que sigue mostrando los sucesos de debate en los ’60. Es un Chinasky porteño que va vomitando historias en todas y cada una de las rocolas que emiten sus canciones. Son las estrofas de un poeta recitadas en misas y tugurios. Es un público variopinto que entona sus gargantas detrás de una misma estrella. Y llegar a ese nivel de poesía no es fácil, aunque tampoco vale la comparación con un Borges, un Shakespeare, un Dante, un Twain o un Hemingway. Y aún así, ¿cuán seguros estamos que leer a alguno de estos autores nos va a erizar la piel sin ningún tipo de dudas?

Si vamos a un plano personal, tengo más afinidad por un Discépolo, un Walsh, un Saer o un Calamaro, lo que no quita saber apreciar el uso de los recursos y palabras de los escritores clásicos. Por alguna razón están en la cumbre de la escritura universal. Pero uno se va acoplando y emparentado con esas letras que lo trasladan a una realidad que se puede palpar con el solo hecho de salir de nuestras casas y ver qué se escribe en las paredes. Comprender la lírica de Solari es saber que su meta-mensaje es para todos y para nadie. Para todos porque una vez que llega a nuestras manos somos nosotros quienes decidimos qué lugar ocupará en nuestras rutinas. Para nadie porque el heraldo no trae ideas concretas, es un cúmulo de sugestiones invitando a navegar en medio de la poesía, la psicodelia y la fantasía.  

Además de crear acertijos utilizando sus letras, Carlos Solari escribió en una revista llamada Cerdos y Peces. Allí, dejó retazos de su inconclusa obra llamada El Delito Americano. Y es allí también donde se ven personajes, paisajes y nexos con varias de sus canciones. Es desde este medio donde empieza a hablar del existencialismo, de la postal familiar que se va resquebrajando debido al modo de vida. Es acá donde plantea la falacia de un futuro mejor y con mucho papel picado para tirar al techo. Su trabajo como periodista no continuó pero dejó marcado su estilo literario.

En donde más se aprecia la forma y hacia adónde apunta con su manera de escribir es en El Delito Americano (las publicaciones son solo varios fragmentos) y en su reciente libro Escenas del Delito Americano. En uno de sus temas más recordados como Nike es la cultura entona: “vos gritas No Logo”. No logo es el nombre que le dio la canadiense Naomi Klein a su investigación convertida en libro y en la cual expone cómo es el manejo de las grandes empresas de ropa en la aldea global. Él le busca su estilo y trae al debate esa problemática sin la necesidad de tener que jugar al papel de sociólogo. Quizás por eso, no caen bien sus comentarios sobre un gobierno de turno u otro. En sus obras en particular siempre abundan las referencias sociales. Nuestro amo juega al esclavo, Fusilados por la Cruz Roja, Toxi Taxi o Todos a los botes, son algunos ejemplos para leer entre líneas.

Si vamos a hilar fino, su novela no trae ninguna novedad de formato o género. El relato se sitúa en un futuro distópico, en el cual el mapa mundial ha cambiado en su totalidad. Las potencias mundiales han cambiado roles y en un misterioso laboratorio (que es donde transcurre esta historia) un vil médico experimenta los daños producidos por el socialismo cubano en diversos personajes que adhieren a ese partido. Entre todos estos emblemas de la política mundial se encuentra, más bien por una intriga personal, el personaje principal (Solari) que se hace llamar Ruiseñor. Y así entre terapia de shock y lisérgicos se va formando la trama.

Si bien no es un tema o un formato innovador (basta recordar 1984 de Orwell o Un mundo feliz de Huxley), si se pueden ver las inquietudes del Indio. Con unas preguntas internas y externas va exponiendo los fracasos y aciertos del socialismo y el existencialismo, de una forma socarrona, emulando (o claramente influenciado por) el formato beat que supieron imponer Kerouac y Burroughs. La gráfica – a cargo de Serafín– le agrega mucha más interacción y resume e ilustra en buena forma el contexto establecido.

Ya con 69 años y víctima de una enfermedad malvada como es el Parkinson, Solari emplea su tiempo en sacar a la luz lo que podría ser lo último de su repertorio. Tiene un disco esperando procesos finales, asimismo, se encuentra trabajando junto a Marcelo Figueras en su autobiografía y tiene más proyectos encima. Se permite emocionarse al recordar a Bowie y su último álbum, en el cual el británico presentía el final de su vida, se queja de la ciencia y “esos treinta años de más que nos dan”. Quizás por algo de eso permitió que la Biblioteca Nacional Mariano Moreno hiciera una exposición con pertenencias suyas. Desde hojas con letras escritas (algunas clásicos ricoteros) a indumentaria y dibujos; pasando por libros de su biblioteca personal. Truman Capote, Antonine Artaud, Jean Paul Sartre, Jack Kerouac y Ernest Hemingway pasaron por el ojo de Carlos y dejaron alguna enseñanza que él habrá utilizado para forjar su estilo particular.

Y con tanto enigma dando vueltas alrededor ¿Qué es lo que genera su persona en los demás colegas y artistas? Son varias las voces y se dividen de manera inmediata. Están aquellos que admiran y reconocen su obra, muchos de los cuales son simpatizantes de la banda o su obra como solista junto a Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, una etapa marcada por la experimentación con diversos sonidos que le agregan un toque personal, y están los detractores que no congenian con nada de él. Ni con su música, ni con sus letras, ni con su personalidad.

En lo personal, me gustan más las letras de su etapa solista, con un estilo más cercano al realismo sucio que a la psicodelia enigmática de los primeros discos junto a Patricio Rey. A muchos no les agrada el personaje en cuestión, y en ese cierre confunden arte con ser humano. Su personalidad retraída, de poca exposición pública; de vacacionar afuera del país; su postura de hablar solamente para presentar sus discos lo han puesto en el papel del engreído. Sumado a eso, el hecho de que Skay sea recordado de buena manera en todos aquellos que intentan diferenciarse de Solari, aumenta más su leyenda de ermitaño. Aunque también hay que aceptar que todos los beats fueron un simposio de intelectualoides que vivían en su propia burbuja con café, whisky, ácidos y jazz.  

El legado de Carlos Alberto Solari es una inagotable cantera de pensamientos volátiles que se prenden con la imaginación del lector u oyente. Estará en cada uno cómo sacar provecho de esos recursos dejados al libre albedrío. Es un libro abierto invitando a pensar, a volar, y a disfrutar de los enigmas planteados. Desglosar cada una de las canciones plasmadas en trece discos de estudio es una tarea para Hércules y Aquiles. O el Ulises de James Joyce.

El gen argento está obligado a rivalizar constantemente y no se permite apreciar ambos lados opuestos. River o Boca; Sumo o Los Redondos; Charly García o Luis Alberto Spinetta; Borges o Cortázar; Arlt o Walsh; Maradona o Messi; Gardel o Piazzolla. El día que saquemos la O y en su lugar ubiquemos una Y, entenderemos de una buena vez que vivir, solo cuesta vida. ¡Nunca, nunca nada especial!