Mi Nave + Pyramides en Rosario: la infinitud del indie

La noche del sábado los planetas se alinearon en Rosario y el indie estuvo de fiesta con el recital de la banda local, Mi Nave. Los rosarinos presentaron su nueva producción discográfica junto a Pyramides, invitados de honor provenientes de Buenos Aires. En esta crónica te contamos todos los detalles de una fecha que fue imperdible.

Si algún despistado todavía cree que la industria musical del indie nacional no tiene nada para ofrecer, bastaría con invitarlo a disfrutar un recital como el del sábado a la noche en La Sala de las Artes, en la city rosarina, para hacerle cambiar de opinión. Afuera caía una lluvia pegajosa. Adentro, dos bandas daban cátedra de indie explícito.

La primera de ellas fue Pyramides. Oriunda de Buenos Aires y conformada por Facundo Romeo en guitarra y voces, Alonso Romeo en bajo y voces, Andrés Centrone en batería, Jonathan Chendo en guitarras y Hernán Molinari en teclados. Abrieron la noche con Santuario, canción en la que la cautivante introducción instrumental prepara el terreno para la entrada de la voz de Facundo, que con sus graves envolventes recuerda a lo mejor de Gustavo Cerati. “Incendio en el mar / algo nuevo / un instante / intacto” cantaba Romeo, anticipando el viaje que nos tenían preparado. El clima se enrareció con el segundo tema: la combinación de un sonido electro con disonancias más propias del punk hacen de Lluvia una experiencia que va desde lo desestabilizante a lo escalofriante. La vibra se tornó más apaciguadora con Sol de Invierno, con sus melodías de guitarra más resplandecientes, pero sin perder la característica excepcional de la propuesta de Pyramides: la capacidad de construir musicalmente un ambiente preciso y una imagen particular que nos envolvía sin que podamos evitarlo.

En Contraluz, el bajo se volvió frenético, marcando un pulso acelerado que invitaba a dejarnos llevar por esa oscuridad incipiente que transmitía la voz del cantante que nos decía “con la mirada baja vas a caminar / sin preguntarte dónde terminarás”. Las ganas de perderse por un rato se hicieron aún más carnales en Desaparecer en el gris, que con unas vibras que recordaban a The Cure, nos fue envolviendo con el reverb de sus guitarras y el sonido lunar del teclado, como cuando nos dejamos llevar por el torrente de nuestras ideas para “sumergido / pensar en mi / pensar en más”.

Y es que la música de Pyramides logra captar las emociones oscuras, esas que queremos patear hasta lo más profundo de nuestra mente porque sabemos que son tan difíciles de explicar como de soltar. En Afuera, la desesperación que causa no poder escaparle a lo que uno siente se vuelve imagen: “Es solo una habitación hecha de cemento / hecha de cristal.” Y en Caoscalma, la última canción del set del sábado, Pyramides nos demostró su poder de transformar esa melancolía a veces inefable que nos produce ver como cae la lluvia, en una oportunidad de entregarnos a la música y bailar con el ritmo contagioso de la batería, el bajo y el brillo reconfortante de los teclados: “Cae la lluvia, es una postal / nos traerá la nueva era / Así es, así es, así es”.

La banda oriunda de Avellaneda dejó el escenario encendido, pero la espera para el próximo acto no fue demasiado larga. Pronto Mi Nave estaba sobre el escenario. El conjunto, que jugó de local, está integrado por Pablo Alejandro Boffelli en voz, sintetizadores y guitarra, Andrés Boffelli en guitarra, sintetizadores, voz y programaciones, Martín Salvador Greco en bajo, sintetizadores y programaciones, Josefina Maidagan en voz y sintetizadores, y Alejandro Francisco Gomara en batería y percusión. La noche del sábado fue tanto la presentación, como la celebración de su último disco, Ojos cuadrados, que fue lanzado el 26 de junio de este año.

Mi Nave tiene varios discos editados en su haber, pero las canciones de Ojos Cuadrados no pierden su frescura. Entre luces cegadoras que recorrieron todos los colores del arcoiris, los rosarinos construyeron una realidad paralela. Con Hélice, el reino de los synthes entró en vigencia y se tornó imposible no moverse al ritmo de la batería: “Cuántas melodías desata imaginar”. El contagioso riff de guitarra de Barranca, canción perteneciente al álbum Tristeza (2016), imprimió unas vibras más rockeras a una noche que rápidamente se entregó a la fuerza arrasadora del pop, cuando Mi Nave se metió de lleno de los temas de su nuevo disco. Con Confite y Ojos Cuadrados, dos temas del más bellísimo dream pop, la banda nos transportó a un paraíso de sensaciones, con sus armonías vocales y melodías pegadizas que parecían no querer despegarse de nuestros oídos: “Noches de cristales / paisajes frutales / ángeles convidan / milagros especiales”.

En Amuleto, el segundo corte difusión de Ojos Cuadrados, la resplandeciente voz de Josefina Maidagan pasó al frente, haciendo juego con los coros de sus compañeros, cambiando un poco la nota de un estilo musical que tiende a lo instrumental. Precisamente, una de las características más interesantes de esta nuevo producción discográfica es una apuesta mayor por el disfrute puramente musical, sin sobrecarga de letras o, al menos, con una propuesta en la que el juego vocal es una más de las capas sonoras que se ponen en juego, al mejor estilo post rock.

Entre las canciones del nuevo disco, como Happening y Azul Klein, se colaron dos temas de discos anteriores: Trinchera, del disco Tristeza (2016), y Esfera, de Brillante (2012), el primer LP de la banda. El viraje hacia una estética más pop es palpable pero la esencia de Mi Nave no cambió: nos siguen haciendo dejar nuestros problemas atrás en la pista de baile.

La nota de la noche que ya se terminaba la dio Redondel, el primer single del nuevo álbum, que se vuelve frenético con un riff inolvidable, al mismo tiempo que genera una nostalgia inevitable al remitirnos al estilo de bandas como Virus, y que nos invita a reflexionar sobre nuestro lugar en el universo, mientras nos dejamos llevar por el vaivén musical.

Efectivamente, si algo demostraron las dos bandas que hicieron bailar al público rosarino es que la música sigue teniendo el poder de convocar y de trascender la propia individualidad para hacernos sentir, al menos mientras dure el recital, que “nunca empiezo ni termino / soy un punto infinito”.