Mono Fontana, Yoshitake Expe y un supergrupo de música en tiempo real

A las nueve en punto, la prueba de sonido había terminado. Un hombre delgado y con el cabello lacio cayendo largo a los costados, permanece en el escenario con la sala vacía repitiendo mantras con su guitarra. Un cronista se acerca y saluda amablemente. El oriental responde con un saludo cordial. «Yoshitake» dice, y sonríe mientras extiende su mano para el suave apretón protocolar.

El guitarrista japonés Yoshitake Expe se encuentra cerrando una larga serie de conciertos que lo hizo girar por países de Latinoamérica y varias provincias argentinas llevando su proyecto de música experimental que lo tiene como referente de la escena nipona. La fecha en El Emergente de Almagro no iba a ser simplemente una más de esa gira: el cartel promocional acumulaba una serie de apellidos que incluía músicos de larga trayectoria y reconocimiento: ahí brillaba el nombre de Juan Carlos “Mono” Fontana, uno de los tecladistas que acompañó a Luis Alberto Spinetta tanto en Spinetta Jade como en trabajos solistas. Aparecían también en cartel Sergio Verdinelli y Fernando Samalea, el primero parte de la última banda de Spinetta, el segundo integrante estable de los músicos que acompañan a  Charly García. Hay historia ahí, y hay largo recorrido en otros nombres célebres si rastreamos los itinerarios de César Franov o Fernando Kabusacki. Este último, responsable del contacto Buenos Aires – Osaka, cuna del japonés Yoshitake. Todo estaba dado para que la noche del 24, con piernas cansadas de marchar horas antes, no sea una noche más.

El concierto arrancó con un set de Yoshitake Expe. Sentado en un pequeño sillón, encorvado sobre sus guitarras y sus pedales, Yoshi desplegó tramas sonoras que transportaban a las almas fuera del lugar. Ese era el efecto innegable del ideario musical del japonés: su “guitarra espacial”, que combina cuerdas con looperas, efectos y samplers, produce capas y capas de sonidos que se suman y forman paisajes que mezclan lo electrónico con lo tradicional de lo que conocemos de la música oriental. Yoshitake graba un loop, desconecta su guitarra eléctrica y conecta la acústica; se encorva aún más y corrige el seteo de uno de sus pedales, estira su pié hacia un lado y comienza a marcar el paso con un bombo sampleado, minutos después vuelve a cambiar de guitarra. Pasó casi una hora y Yoshitake apenas dejó unos segundos de silencio para el aplauso contenido del público, envuelto también en su propio trance, la mayoría sentados en el piso, como si algo faltara para generar el vuelo intimista. Llegando al fin de su solo set, cuando sonaban algunas armonías que en pleno vuelo remitían los colchones de Sujatovich al inicio de Alma de Diamante (para agregar más spinettismo a todo aquello), nadie hubiera creído que habían pasado 50 minutos desde que el oriundo de Osaka activó la magia de la noche del Emergente.

Lo siguiente fue otro tipo de viaje. “Mono” Fontana, que además de sus colaboraciones con el Flaco (finalizadas por el temor del Mono a los aviones), viene de grabar un disco en dúo con Florencia Ruiz (Parte, 2016), se acomodó en el lado opuesto al que había ocupado Yoshitake. Escuchar al Mono eriza la piel y transporta: los tiempos de Jade, que explotan en las sensibilidades que se formaron al calor de esas teclas, a remembranzas del hogar, de algún momento en que nos sentimos bien y que por entenderlo lejano ahora nos trae un poco de melancolía. El clima se interrumpió apenas por una falla técnica (que se repetiría bruscamente algunas ocasiones más), pero el Mono, inmutable, se despachó con un set corto, pero inolvidable. El cierre coronó todo aquello con la voz que llegó del más allá de Luis Alberto, que junto con las teclas de Fontana cerraron esa pieza inédita, sin nombre, pero de una existencia infinita.

“Para que vean la diferencia, el papel que nosotros usamos para secar la milanesa, los orientales lo usan para corroborar que los alimentos no tengan aceite”, sentenció Fontana, como un reconocimiento a Yoshitake y la cultura que trajo entre sus barbas finas y largas. Instantes después, el supergrupo estaba formado para dar rienda suelta a un set de improvisación: no habría hits para corear, sino “música en tiempo real” como gritó desde el público Mene Savasta, otra de gran recorrido en el under, vieja colaboradora y amiga de Marina Fages. El Mono estaba ahora acompañado. Las miradas entre Samalea y Verdinelli se encontraban con frecuencia: a veces parecían espejados, pero al instante cada uno destellaba con autonomía del otro; Samalea, como de costumbre, iba y venía de su spot: ahora de pié, ahora en sentado en el piso, de nuevo parado y al lugar. Las puntas están aseguradas: hacia atrás César Franov dice presente en bajo a un lado de Samalea y en el otro extremo, Kabusacki alternaba las cuerdas con su viejo conocido Yoshitake, que ya había recuperado su lugar sentado en la comodidad de su living de pedales. Entrando y saliendo, la guerrera élfica y responsable de aquella cumbre, Marina Fages, aportando su voz al impro-set, que de a ratos acaricia y luego cachetea con fraseos desgarrados, entre danzas que hacían sacudir sus mechas turquesa.

Hubo historia y actualidad en el escenario del Emergente. No sólo porque encontramos apellidos que resuenan hace más de 30 años en la escena local, y otros que inyectan sangre nueva en el siglo XXI, sino porque hay vigencia y hay voluntad de tender puentes generacionales que generen nuevos movimientos tectónicos en la música. Fontana grabando con Florencia Ruiz y reconociendo a Marina Fages por ser la artífice de la magia de esa noche (en su faceta de productora vía el colectivo de improvisación MARDER); Samalea girando por Latinoamérica en el Mototour que fabricaron con Fages y encontrándose por estos días con Viejas Locas para dar vida a nuevos trabajos. Y la lista se agranda con sólo horadar un poco más en el presente de cada uno de los que conformaron ese ensamble que fue más que la suma de las partes, fue cuerpo único y contundente, prolijidad y vuelo, historia y presente. La ovación final se fundió con la lluvia, que aguardaba agazapada el final del show para dejarse caer sobre las calles de Almagro y el resto de la Capital.